Introducción

 

Primero que todo debemos acordarnos de que la educación es un derecho fundamental de todas las personas, y como tal está recogido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

La educación es la herramienta más poderosa para el cambio porque nos permite promover los derechos humanos y el desarrollo sostenible, creando así un futuro más equitativo y equitativo para todas las personas.

La educación puede y debe desarrollar nuestra capacidad de análisis, desafiarnos a cuestionar la veracidad de todo lo que se nos vende como verdad y, sobre todo, enseñarnos a pensar.

El aprendizaje debe alentar a los estudiantes a identificar, clasificar, comparar, analizar y relacionar, no solo por sí mismos, sino como parte de la creación de descripciones y explicaciones de los procesos relevantes. Esta habilidad puede y puede enriquecerse con otras para que los estudiantes también evalúen, por ejemplo, la duración de causas y efectos o si todos ocurrieron en el mismo lugar y en el mismo tiempo.

 Aunque la historia considera cambio, no todo en el pasado es cambio. La continuidad o permanencia ayuda a comprender, por ejemplo, el nacimiento de la cultura o la identidad. Comprender el pasado y el presente requiere la capacidad de ubicar en el tiempo y el espacio, saber si existe o no la simultaneidad, las duraciones y sus propiedades, y las diversas causas y efectos de lo que cambia a partir de un momento dado y lo que permanece en segundo lugar.

Este es el siglo en que la recopilación de experiencias educativas existentes e innovadoras, por limitadas y específicas que sean, se convierte gradualmente en la nueva norma, la forma natural y obvia de organizar la educación.

La historia de la educación se convierte en una oportunidad para volver desde una perspectiva actual a formas de discusión y prácticas pedagógicas originales y habilitantes; También da la oportunidad a las nuevas generaciones de mostrar cómo se formó lo que hoy entendemos como  educativo y pedagógico.